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sábado, 15 de mayo de 2010

VACACIONES EN ROMA de Renate Mörder



Martes 13 de julio de 2004 – NN
Fotografias 1, 2 y 3.
2 pm. Palatino
La NN soy yo y mis ojos me miran desde la pared con una mezcla de sorpresa, temor e indignación. Ahí estoy, bajo el sol de la tarde con las ruinas de la Domus Augustana de fondo, aferrada a mi mochila y a mi cámara fotográfica mientras un individuo desconocido me roba el alma. La roba una, dos, tres veces. Tres fotografías, tres tiros, tres golpes de puño.
Me recuerdo palpando instintivamente el cortaplumas que llevo siempre en el bolsillo delantero de mi mochila, retrocediendo y poniéndome en guardia, mientras el hombre que me mira en forma extraña, sin decir una palabra, desaparece entre las ruinas.

Fotografías 4, 5 y 6.
3 y 30 pm. Foro Romano.
En la fotografía cuatro estoy parada junto al Arco de Settimio Severo rodeada de japoneses. En la cinco, tomo fotografías del templo de Castor y Pólux y en la seis miro a mi alrededor con expresión paranoica.
Más cauta tras el incidente, esa tarde me sumé al primer contingente de turistas que se acercó, que resultó ser español, y busqué sin éxito a mi atacante. No era el miedo lo que me movía, sino más bien la ira. Detestaba ser la “presa” de algún enfermo que me tomaba fotografías, quien sabe con qué oscuras intenciones. Para las cinco de la tarde la magia de la antigua Roma había vencido mi ira y el episodio del extraño fotógrafo había quedado en el olvido.

Fotografías 7 y 8.
8 pm. Vía Nazionale.
En la foto número siete como pizza en un restaurante de la Via Nazionale y en la siguiente bebo cerveza y sonrío como idiota. Me acompañan tres de los amigos españoles que conocí por la tarde: Celsa, Raúl y Pilar.
No recuerdo haber visto al fotógrafo aquella noche, quizás por los efectos de las gigantescas “birras”. Esa noche decidí olvidarme de mi complejo de vieja treintañera y terminé en una disco. Vi el amanecer sobre el Tevere e hice el amor con un desconocido. Ya en mi habitación de hotel, y cinco segundos antes de caer en un profundo sueño, tuve un extraño pensamiento: “No me importaría morir mañana, después de un día como el de hoy”.

Miércoles, 14 de julio de 2004.
Fotografías 9, 10, 11 y 12.
11 am. Coliseo.
En la número nueve hago la fila para entrar al Coliseo vestida con jeans, remera y sombrero blancos. En la diez, saco fotografías con Celsa. En la once estoy parada en el primer piso charlando con Raúl. Y en la doce lo veo. Mi rostro refleja el desagrado que me produce la presencia del ladrón de almas y mi sonrisa se transforma en una mueca horrible.
Él me observa con total impunidad, tiene un rostro perverso.
Lo recuerdo avanzando envalentonado en mi dirección, abriendo la lente de su cámara, disparando, retrocediendo y mezclándose con la multitud. Debería haberlo seguido, pero algo en mi se paralizó.
Relaté lo sucedido a mis amigos españoles que me miraron con desconfianza. “¿Un acechador fotográfico?” dijo Celsa medio burlona. “Sin embargo yo no he visto a nadie contigo…” agregó Raúl. Una pared se levantó entre mis ocasionales amigos y yo, que estaba genuinamente preocupada mientras ellos se tomaban todo en broma. Nos acompañamos mutuamente un rato más, compramos souvenirs y luego, con la excusa de que estaba cansada, me despedí de ellos en la Vía dei Fori Imperiali.
Caminé sola bajo el sol del mediodía romano, acalorada, hambrienta, sedienta y paranoica.
Le compré el almuerzo a un hindú que tenía un puesto ambulante vecino al monumento a Vittorio Emanuelle y me senté a comer cerca de la columna de Trajano.
El rostro del acechador me perseguía. Tenía miedo: dos encuentros con un loco podían ser casualidad, pero tres eran un verdadero peligro. Decidí esperar, y me juré a misma que si se daba el tercer encuentro iba a abandonar Roma.
Unos japoneses que pasaron me pidieron que les sacara una fotografía, y yo gustosa accedí. Luego, arroje los restos de mi almuerzo en un cesto y seguí a un grupo que se dirigía rumbo a la Fontana de Trevi.

Fotografías 13, 14 y 15.
3 pm. Fontana de Trevi.
Me veo radiante en las fotografías junto a la Fontana, nada parece empañar mi felicidad. El acosador permanece en las sombras, pero no pierde de vista a la presa nunca. A ninguna hora.
Se me acercan unos franceses, yo les sonrío, pero uno de los hombres me dice algo que parece ser una grosería a juzgar por las risotadas y las miradas libidinosas. Ya cansada de tanto acoso, me vuelvo al hotel a tomar una siesta.

Jueves , 15 de julio de 2004.
Fotografías 16, 17, 18, 19, 20
Vaticano –Piazza San Pietro. Musei Vaticani- Castel St. Angelo
El jueves quince mientras desayuno en mi cuarto, veo en el noticiero que apuñalaron un turista francés en las cercanías de la Fontana de Trevi. Con estupor observó su foto y compruebo que es el que me dijo ayer la grosería. Un escalofrío recorre mi cuerpo, algo está muy mal, una señal de alarma suena en mi cabeza, pero decido ignorarla.
Contrato una excursión que me ofrece la conserjería del Hotel, y me creo a salvo. Las maravillosas fotografías mías en Vaticano que veo ahora, me muestran lo contrario.

Viernes, 16 de julio de 2004.
Fotografías 21, 22 y 23.
Via del Corso, Piazza del Popolo, Pincio: Panorámica de Roma.
Ese día, quiero repetir la experiencia del día anterior, hacer turismo tranquila, pero tanto cansancio me juega una mala pasada y me despierto muy tarde.
Imposibilitada de realizar la excursión que tenía planificada, estudio mi mapa y me dirijo a la Piazza del Popolo. Sin descuidarme ni un segundo, saco fotografías y luego comienzo lentamente a subir las escaleras que me conducen al Pincio. Sudorosa pero feliz llego arriba y tomo una fotografía de la magnífica vista de Roma. Y esa es mi última foto de la ciudad y yo decidí que sea el último recuerdo de mis vacaciones en la eterna, espléndida y majestuosa ciudad de Roma.
No importa que la serie de fotografías pegadas en la pared siga y siga, ni tampoco importa que hoy sea 28 de julio y que ya lleve doce días a merced de un loco. No importa. Yo se que no soy la mujer desfigurada de la fotografía veintiséis, ni el despojo de la número treinta y cinco y sé que esta habitación repleta de muerte en ningún caso puede ser Roma.
El horrible ruido del reloj despertador que suena en la estancia contigua y la luz que se filtra a través de la ventana me indican que ya esta amaneciendo y que el monstruo va a volver.
Como siempre que el regresa, cierro los ojos y huyo hacia el Pincio, tomo asiento en un banco de piedra y observo como el sol al principio tímidamente y luego con pasión, comienza a acariciar edificios, monumentos, fuentes, ruinas y cúpulas. Me concentró y no siento nada. Ni miedo, ni dolor, ni frío, ni calor.
Nada. Salvo, por supuesto, el infinito placer de estar en Roma.

10 comentarios:

  1. Me gusta muchísimo la estética de tu blog.
    Ahora si podre leerte con mayor asiduidad

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  2. ESTA DE MAS DECIR QUE TUS TEXTOS SON EXCELENTES!!!!

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  3. ¡Bienvenido tu blog! Un placer visual y para el alma... te sigo, amiga

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  4. "El que a foto mata.... a foto morirá...."!!! No importa el objetivo o la intención.... el click de la cámara suena igual en todas.... y roba las almas... Verdaderamente tétrico desde la foto 24 en adelante. ¡Felicitaciones, Renate...!

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  5. Hermoso paseo por Roma, muy buen relato!!! Lástima descubrirlo recién ahora, pero bueh, nunca es tarde...

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  6. Que buenas descripciones Renate. Por un momento me olvidé del loco de la cámara.

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  7. Renate, me has dejado anonadado, es un relato tremendo, en el buen sentido, quiero decir EXCELENTE, ya ves, lo he puesto con mayúsculas. Me ha encantado la estructura narrativa, esta cronología fotográfica le va que ni pintado. Luego, cómo has ido creando el nudo dramático, sembrando a gotas el asedio del monstruo, creando la expectativa... y el desenlace, genial. Esa frase final es una maravilla. Amiga. Felicidades. Un abrazo desde la vieja España.

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    Respuestas
    1. Ovidio,
      Muchas gracias! Te admiro y aprecio mucho tus comentarios. Un abrazo!

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