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sábado, 31 de julio de 2010

SIETE DE SIETE de Renate Mörder


Number 7 on Gate (Copyright Dave Halley 2009)
— Este es su territorio, su coto de caza de cuarenta y ocho kilómetros de longitud. Son setenta y seis estaciones distribuidas en seis ramales de Subterráneo y millones de pasajeros, millones de posibles presas.
El inspector Norberto Moratto hizo una pausa y se movió con aire teatral, mientras Ana Astolfi, —su única espectadora— sentada en uno de los dos bancos que había en el andén lo observaba fascinada.
—¿Por eso me trajo acá? —preguntó la mujer.
Moratto la estudió, mientras ensayaba una respuesta.
—Sí y no —respondió enigmático.
Ana lo miró interrogante.
—Desde que descubrí que todas las víctimas viajaban en subte a la misma hora de la noche, vengo a pensar acá —dijo el inspector.
Si se hubiera tratado de otro policía, ella probablemente habría sonreído burlona, pero Moratto era especial.
—La última víctima vivía cerca de este lugar ¿No? –preguntó.
Moratto asintió. El subte proveniente de la estación Carabobo se detuvo en el andén, descendieron sólo cinco personas.
—¿Es el último? —preguntó Ana.
—No, quedan tres más —contestó el inspector— el último tren sale de Carabobo a las veintidós treinta.
La mujer observó pensativa el tren hasta que se perdió en las fauces del túnel.
—¿Cuándo descubrieron lo del subte?
—No hace mucho.
—¿Y por qué no trascendió? Es una locura que un loco ande suelto y que los pasajeros no sepan nada.
El Inspector la miró con desdén.
—Usted parece no entender nada. Imagine el pánico que se produciría entre los usuarios de subte si esto se supiera. No, esto no puede trascender.
Ana se sintió disgustada ya había perdido la cuenta del tiempo que hacía que venía persiguiendo al policía para que le concediera una entrevista y creyó que había tocado el cielo con las manos cuando por fin esa tarde Moratto le había dicho «A las nueve de la noche en Rivadavia y Acevedo». Ella se había pasado toda la tarde fantaseando con su “exclusiva”, imaginando a Raicich, su jefe de redacción, cuando ella, —la nueva, la ignorada, la que nunca tenían en cuenta— le dijera que había conseguido al “inspector estrella”, al hombre que tenía a su cargo la investigación de los seis crímenes más aberrantes de los últimos tiempos. Esa entrevista sería además el broche final de su propia investigación periodística, de tantos días de sabueso en los archivos del diario, de tanta investigación sobre asesinos en serie. Pero Moratto parecía dispuesto a malograrlo todo: había llegado tarde, le había incautado el grabador y, tras caminar sin rumbo fijo, la había llevado a esa estación del subterráneo para revelarle cosas que no podía publicar.
El sonido del subte que llegaba la sobresaltó y el viento desparramó su cabello. El Inspector se quedó mirándola con expresión indescifrable y suspiró exasperado.
—Bueno no perdamos más tiempo, dijo que podía aportar algo a mi investigación ¿De qué se trata?
Ana sintió deseos de golpearlo.
—Yo pensé que me iba a dar una entrevista, no que me iba a interrogar.
—Mirá piba, yo no te voy a dar ninguna entrevista. ¿En qué cabeza cabe? Decíme que sabés o andáte.
—Okey.
La periodista comenzó a caminar por el andén hacia la salida con la esperanza de que el policía la llamara, pero eso nunca ocurrió.
—Hijo de puta –murmuró Ana dio la vuelta y volvió junto al inspector que se había sentado y escribía algo en una libreta.
—Las víctimas fueron seis mujeres de entre veintiocho y treinta y cinco años...
—Dígame algo que no sepa todo el mundo —la interrumpió Moratto.
—¡Déjeme hablar! —replicó Ana enojada— Dicen extraoficialmente que el tipo las torturó hasta matarlas, pero que no las violó.
—¿Cómo sabe que es un tipo?
—Las víctimas eran de contextura grande...
El inspector la miró burlón.
—Una enana con una nueve milímetros podría someter a Manu Ginobili.
— Pero no podría trasladar el cadáver.
—Si además de la “nueve” tuviera un hacha para descuartizarlos sí.
—Arroja los cadáveres en lugares abiertos y descampados, el último lo encontraron en Costanera Sur.
Moratto la ignoró. Se escuchó el sonido que anunciaba la llegada del penúltimo subte del día. El Policía subió al subte y Ana lo siguió. Se sentaron en un extremo del vagón que estaba casi vacío. Sólo tres hombres, una mujer y una pareja.
Moratto miró a la mujer especulativo y dijo:
—Esa sería una candidata —y luego agregó— usted también podría serlo.
Ana nerviosa miró hacia la oscuridad de la ventanilla y dijo:
—Usualmente yo no viajo en subte a esta hora.
En la estación siguiente descendió la pareja haciéndose arrumacos. Moratto los miró y Ana aprovechó la distracción del inspector para observarlo. No era tan viejo, ni tan feo, salvo por la cicatriz que le cruzaba la mejilla. Hoy no vestía como lo hacía habitualmente y se veía más joven. «Un tipo normal, nadie diría que es policía» pensó. Instintivamente le miró el dedo anular de la mano izquierda: «¿Soltero?» La periodista levantó la vista, se encontró con los ojos negros de Moratto y, tímida, eludió su mirada y se concentró en la nada de la ventanilla. Descendieron en la estación Congreso. Ana lo seguía sin preguntar. Cruzaron Rivadavia y tomaron asiento en las escalinatas que conducían al monumento de la Plaza de los Dos Congresos.
Ana perseverante atacó de nuevo:
—¿Usted qué cree que es? ¿Hombre, mujer? ¿Cómo imagina al asesino?
—Es un hombre de entre cuarenta y cincuenta años. No actúa solo, probablemente su cómplice sea una mujer.
—¿Cómo lo sabe?
—Por ciertos detalles.
—¿Cómo cuales?
—No los voy a revelar —contestó Moratto en un tono que no admitía réplica.
Ana decidió pasar por alto el desplante del inspector y siguió con sus preguntas:
—¿Por qué cree que no las viola?
Nuevamente la mirada dura del policía se clavó en el rostro de la mujer.
—¿Usted qué cree?
La periodista lo miró exasperada «es la historia de nunca acabar, ¿Por qué no puede limitarse a contestar mis preguntas?»
El policía la miró como diciendo “¿Y bien?”.
—Porque obtiene placer de otra manera —dijo Ana con suficiencia— y busca compensar con violencia y sadismo alguna disfunción sexual. Hacer daño lo excita.
Moratto sonrió en forma extraña.
—Bien, muy bien. —dijo entusiasta— Siga, dígame usted algo más.
Ana alentada por la mirada de interés del inspector decidió comentarle acerca de la investigación que ella había llevado a cabo en los archivos del diario.
—Tomé los casos no resueltos en los últimos veinte años. Y encontré en diferentes períodos, series de siete víctimas. Algunos casos la policía no los relacionó, pero yo tomé una serie del año mil novecientos ochenta y uno y una de mil novecientos noventa y cinco y los casos eran muy parecidos entre sí. Mujeres de edades similares, todas asesinadas brutalmente, todas sin acceso carnal.
Ana se detuvo a la espera de algún comentario agresivo por parte de Moratto, pero el policía amablemente le dijo:
—Siga, por favor.
Ana sonrió, el "por favor" le supo a gloria.
—Se me ocurrió que quizás pudiera tratarse del mismo asesino que una y otra vez variando apenas el modus operandi, continúa asesinando impunemente. El del ochenta y uno atacaba mujeres que salían a trabajar temprano. El del noventa y cinco atacaba prostitutas, el que tenemos ahora, mujeres que viajan en subte. Podría ser el mismo asesino que da rienda suelta a sus instintos, pero se pone un límite, siete víctimas y una vez que llega a la séptima, espera un tiempo y después reaparece y comienza una nueva serie.
Moratto la miró con interés.
—Según su hipótesis entonces, Paula Reverte, la número seis, no es la última.
— No. Faltaría una más —exclamó ansiosa Ana.
—Es interesante su análisis y si habla de los casos que yo pienso, en mi casa tengo bastante material. Es buena la data, muy buena.
Moratto se puso de pie y Ana, sin vacilar, lo siguió, se sentía maravillosamente bien.
Victoriosa, pues le había ganado la batalla al experimentado policía ingresó en la vieja casa de Congreso y saludó feliz a la anciana madre de Moratto.
—Mamá, atienda a la joven mientras yo busco unos papeles —ordenó el inspector.
La anciana dama, obediente, condujo a Ana hacia el living. Le sirvió café y luego se sentó frente a ella. La periodista le agradeció y la mujer sonrió complacida. Su hijo siempre dejaba lo mejor para el final y ella, iba a disfrutar mucho destruyendo la belleza de esa niña, que era exquisita, como todas las número siete.

7 comentarios:

  1. Querida Renate, como siempre muy bueno, no dejas de sorprenderme con los finales!!!

    Sissi

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  2. Adriana Gutierrez1 de agosto de 2010, 1:23

    Uy, que dolor, que miedo, que confiada, que ilusa, pobrecita la numero siete, no pudo publicar su historia pues fue protagonista de ella.
    Estupendo relato, mucho suspeso, mucha intriga, me diò miedo cuando lo leia imaginando estar en ese tren.

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  3. Muy bueno, aunque pude predecir el final. Te felicito, sigue así.

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  4. El relato es bueno aunque demasiado predecible, tienes a tu favor el escaso espacio para desarrollar la historia y solo dos personajes. Igualmente la escritora merece muy alto puntaje

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  5. Me agradaron mucho la tersura del estilo y la construccion del relato,en la mejor tradicion del policial clasico.Tambien la brevedad en la que contas toda una historia,casi una novela.
    El valor esta en el lenguaje,mas alla de la trama.Muy bueno.

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  6. Excelente y qué final. Saludos.

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