GÓTICA de Renate Mörder

Unos terribles sollozos rasgaron el velo de su sueño. Ella con urgencia se incorporó del lecho, tomó un candelabro y salió al corredor. Sus pies desnudos volaron hacía la habitación de sus pequeñas hermanas. La puerta estaba abierta. Un relámpago cortó el cielo e iluminó la habitación desierta. El viento abrió de par en par las ventanas, la lumbre se apagó. Un trueno y un alarido resonaron como un dueto. Volvió al pasillo y gritó: “Victoria, Rossie”, no hubo respuesta. Imaginó a las niñas desobedientes yendo al piso de arriba a pesar de que lo tenían prohibido. A tientas subió la escalera, los sollozos la acompañaban como una música de fondo. Las maderas crujieron, algo peludo chocó contra sus pies, el chillido de las ratas la hizo estremecer, respiró hondo y tanteando la pared abrió la primera de las puertas. El olor pestilente le invadió las fosas nasales. Se exasperó: “Estúpidas niñas”. Volvió a insistir: “Rossie, Victoria”. Hubo un breve silencio tras el cual recomenzaron los sollozos. Las imaginó heridas, yaciendo con sus cabellos rubios bañados en sangre, las imaginó boca arriba y boca abajo. Las imaginó una muerta y una viva. “Rossie”, chilló desesperada, “Victoria”. Siguió avanzando en la oscuridad por al ala este de la casa, calculaba que en unos metros más iba a estar llegando al ala norte que era la más peligrosa, la más deteriorada. El llanto se oía cada vez más cerca y ya no sólo era el lloriqueo de una niña. Susurró “Mamá” y, con la convicción de que algo horroroso había pasado, apuró el paso. No vio la luz hasta que dobló la esquina. Su madre, su padre y otras personas que no lograba distinguir rodeaban a alguien que yacía en el piso casi llegando a la escalera. Corrió en dirección a ellos, penetró el círculo y comprobó con estupor que la muerta era ella.