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jueves, 19 de noviembre de 2015

EL MEDALLÓN de Renate MÖRDER



Queríamos el medallón porque era de la bisabuela Marlene, porque nos parecía precioso y porque nunca nos habían dejado ni siquiera tocarlo. Sólo lo conocíamos por una foto que tenía la abuela guardada en un cajón. Era una flor de cinco pétalos de plata y su cáliz estaba recubierto por una piedra brillante. La bisabuela lo llevaba con una gruesa cadena que  brillaba sobre su inmaculado vestido de novia. Nos encantaba esa foto, nos parecía la imagen de una princesa de cuentos de hadas.  A la hora de la siesta, mientras los mayores descansaban, nosotras jugábamos a peinarnos como Marlene, nos hacíamos trenzas que después enrollábamos a los costados de nuestras cabezas, nos poníamos los camisones de la abuela y arrancábamos flores del jardín que colgábamos con un hilo de nuestros cuellos, simulando el medallón. Supimos que todavía existía por casualidad, mamá y la abuela buscaban unos papeles del abuelo que les pedía el escribano, habían traído una escalera y mamá se había subido para alcanzar las cosas guardadas en la parte superior del armario, de repente mamá vio algo que la conmocionó.  “¿Por qué tenemos esto acá?” La abuela se puso nerviosa y balbuceó que no podía arriesgarse tirándolo por ahí así, sin más. “Ese medallón está maldito hay que desprenderse de él, enterrarlo”  Nosotras nos asomamos y alcanzamos a ver desde abajo una caja de madera tallada. Mamá y abuela nos miraron e inmediatamente callaron.  “Vayan a jugar afuera”. Salimos conmocionadas.  “¿Sería el medallón de la foto?” “¿Estaría embrujado?” “¿Cómo podríamos sacarlo de ahí arriba?”. Poco a poco el medallón fue transformándose en una obsesión. Planeábamos como apoderarnos de él y discutíamos quién de las cuatro lo iba a lucir primero. La abuela y mamá parecían sospechar algo, porque se pasaban el día vigilándonos y repentinamente nos habían prohibido jugar en el cuarto de la abuela.  

Una mañana nos mandaron a jugar a lo de la vecina, nunca lo hacían, así que nos figuramos que podía ser por algo relacionado con el medallón. Esperamos que la vecina se distrajera, saltamos la verja del jardín y a escondidas regresamos. Mamá cavaba un hueco en la tierra mientras la abuela la miraba. Al costado, apoyada sobre el pasto, estaba la caja tallada de madera con nuestro tesoro. Volvimos a saltar la verja, estábamos excitadas, esa noche teníamos que fingirnos dormidas y a las tres de la mañana salir en silencio e ir al jardín a desenterrarlo. Fue un día muy largo, el sentido común de alguna de nosotras amenazaba nuestro plan: “Si se entera mamá se va enojar” “Por algo lo enterraron” “¿Y si está maldito en serio?” Finalmente triunfaron los “Nos va a pasar nada” “Si estuviera maldito ya alguien se hubiera muerto y lo tenía la abuela y está bien”.

Los árboles del parque parecían gigantes siniestros bajo la luz de la luna. Tomadas de la mano fuimos por la pala que había quedado fuera del cuarto de las herramientas pero muy pronto descubrimos que era demasiado pesada como para que nosotras la pudiéramos usar. La tierra estaba húmeda y empezamos a cavar con las manos, cuando empezamos a embarrarnos supimos que era una pésima idea pero seguimos adelante. Después de un rato de sacar tierra y desalojar algunas lombrices, hormigas y gusanos la caja apareció, estaba cerrada con llave.  Deliberamos un rato y finalmente la llevamos al otro lado del parque, donde no pudieran oírnos y comenzamos a golpear la cerradura con una piedra hasta que cedió, levantamos la tapa y nos quedamos extasiadas ante el medallón que parecía brillar como el sol bajo la luz de la luna. Empezamos a saltar y a festejar en voz baja. Mi hermana mayor se lo puso primera “Si no me pasa nada,  se los dejo poner a ustedes”.  Nada pasó, todas lo usamos, todas reímos. Jugamos piedra, papel o tijera para ver quién se lo llevaba y, como ganamos las menores, nos llevamos el medallón a nuestro cuarto, lo colgamos del respaldo de una de las camas y nos dormimos mirándolo.

Al día siguiente nos despertaron los gritos de la abuela. La ambulancia llegó rápido pero ya era tarde y no hubo nada que hacer. Tarde supimos que la maldición del medallón era llevarse al ser que más amaba quien lo luciera. Y el ser que más amábamos en el mundo era nuestra mamá.


#WORDVEMBER 18

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