Los invito a leer en la página 41 mi cuento "NATALIA" y a disfrutar de esta antología.
lunes, 1 de agosto de 2022
NATALIA de Renate MÖRDER
lunes, 28 de enero de 2019
ANTOLOGÍA DE CUENTOS BREVES "NOVIEMBRE NEGRO"
Los invito a leer en la página 14 mi cuento "CELEBRIDAD" y a disfrutar de esta antología.
lunes, 16 de julio de 2018
EMA NO JUEGA de Renate MÖRDER
© Renate MÖRDER |
El día del entierro, Ariadna dejó en la tumba de su hija Ema a su Barbie Rapunzel. Tardó dos semanas en tomar coraje para volver y al llegar comprobó que la muñeca ya no estaba. Dejó unas rosas en el florero situado a un costado de la fotografía de su hija y deambuló entre las pequeñas lápidas del sector infantil, buscándola. Observó con fastidio autitos y peluches, molinitos y cintas de colores que se movían con el viento. Todos los niños parecían tener sus juguetes, todos menos su hija. Recordó como Ema se desesperaba cuando alguna enfermera le quitaba la Barbie de su lado y sintió ganas de gritar. Deseó que llegara alguien para poder contarle, para poder preguntar si a sus hijos también les robaban los juguetes, pero era enero a la hora de la siesta y ella era la única viva.
Seguí leyendo este cuento en TREN INSOMNE
viernes, 24 de noviembre de 2017
sábado, 4 de noviembre de 2017
CAPRI EN AGOSTO de Renate MÖRDER
Salieron
del funicular y la vista desde la Piazzetta los dejó sin aliento, fue como
recibir el beso de un amante apasionado. Pedro la miró cómplice como queriendo
compartir la magia del momento. Intentó sonreírle, pero chocó contra el hielo
de sus ojos. Carlota comenzó a caminar por la Vía Longano y él la siguió con
una mueca amarga. Se perdieron por un laberinto de calles angostas con tiendas
exclusivas que ella ni miraba. Una adolescente a la que no le importaba la ropa,
que desdeñaba lo banal y parecía tener la seguridad de una mujer adulta. Su
hija lo asustaba. En un mercado compraron agua mineral para soportar el sol
de agosto a la hora de la siesta y luego emprendieron la caminata hacía la
Villa Jovis. Esquivando turistas llegaron a la Vía Tiberio. Él conocía el
camino pero no recordaba que fuera tan cuesta arriba, pero bueno, en aquel
entonces con treinta años nada parecía ser muy empinado. Un carrito de golf que
transportaba a unos veraneantes con su equipaje los obligó a detenerse a un
costado de la calle.
—Mirá que lindo Carli, tendríamos que haber
contratado uno como ese —comentó Pedro. Carlota no dijo nada. Una adolescente
indolente, eso era. Nada que no se relacionara con ella o su madre le importaba.
Con
esfuerzo él y sin dificultad ella siguieron ascendiendo rumbo a la cima del
monte Tiberio. Pasaron frente al arco de entrada de la Chiesa di San Michele
Alla Croce y Pedro tuvo ganas de entrar como lo había hecho aquella vez con su
ex mujer, pero siguió andando entre medianeras de piedra y entradas a villas
con jardines cubiertos de flores. Cuando ya prácticamente desfallecía, su hija
decidió parar. Él se sentó en un cantero y bebió un poco de agua mientras Carlota
tomaba una fotografía.
—Tengo
una foto de mamá que posa en el frente de esa casa —dijo de pronto.
Él
la recordó de inmediato, a pesar de que hacía años que no la veía. Su ex mujer
se había quedado con sus fotografías, con su casa, con su hija, con todos sus
recuerdos.
—Siento como si conociera Capri, —agregó Carlota
como si hablara consigo misma— el último tiempo, mamá no hacía más que acordarse
de este viaje.
Pedro
tuvo ganas de contarle lo felices que él y su madre habían sido allí, pero se
abstuvo, sabía que nada de lo que le dijera iba a conmoverla. Siguieron
caminando, a esta altura, prácticamente solos. Aquel circuito, bajo el sol de agosto era solo para
intrépidos, la mayoría de los turistas prefería dar una vuelta en barco o
pasear por los jardines de Augusto. Miró con desconfianza el desfibrilador que
estaba apostado en un muro, no los había visto antes en la isla y por un
momento tuvo un atisbo de pánico, pero respiro hondo. Debía tranquilizarse, no
le iba a pasar nada, no estaba enfermo, no estaba tan viejo, podía soportarlo.
Continuaron, más villas, más jardines, más limoneros, más flores y él se
preguntó si su ex mujer no había elegido la Villa Jovis a propósito para
cansarlo, para que se infartara.
—¿Estás
segura que dijo en la Villa Jovis? —le preguntó a su hija.
—Sí.
Me contó que le diste un anillo y se comprometieron en ese lugar. Pero si estás
muy cansado, puedo seguir sola.
—¿Cómo
te voy a dejar sola?
Lo
miró con esa mirada dura que le recordaba tanto a Adela y le asestó el golpe
verbal:
—No
sería la primera vez.
Esta
vez el que tomó la iniciativa de seguir caminando fue él. No le iba a dar más
explicaciones, entendía que Carlota no tenía la culpa, los chicos nunca tienen
la culpa, pero ya estaba harto de explicarle como habían sido en realidad las
cosas.
Subieron
por una escalera de piedra y ella dio un salto cuando se le cruzó una
lagartija, la oyó reír y le pareció una música hermosa. De chiquita se reía
mucho, en cambio ahora solo lloraba, discutía, cuestionaba. Había corrido a
Rosario apenas supo del fallecimiento de Adela con la esperanza de recuperar a
su hija. Todo había sido en vano, su mujer la había alimentado con odio y ahora
la niña prefería vivir con una tía en lugar de quedarse con él en Buenos Aires.
Llegaron
a un bosque, vieron unas cabras y ella se detuvo a mirarlas. Pedro aprovechó
para descansar, el corazón le latía desbocado, la ropa se le pegaba a la
espalda. Respiró hondo y se perdió en la vista de la isla que era impresionante
desde esa altura y pensó en los pobres infelices que Tiberio arrojaba al mar.
La voz de su hija rompiendo el silencio de la tarde lo sorprendió.
—¿Dónde
le diste el anillo?
Pedro
miró a su niña con pena, ella quería cumplir al pie de la letra con la voluntad
de su madre. Unas semanas atrás le había pedido llorando a moco tendido que la
llevara a Capri y él, sin pensarlo, había sacado los pasajes, pero ahora se
arrepentía un poco. ¿Cómo iba a hacer de ahora en adelante para volver a vivir sin
ella?
Carlota
seguía esperando su respuesta. Pedro sopesó las posibilidades, no sabía si iba
a llegar hasta la villa, se sentía demasiado agotado y no podía arriesgarse a
que le pasara algo, dejándola sola en el medio de la nada.
—Fue
allá —mintió, señalando un lugar relativamente cercano.
—¿No
había sido en la Villa? Mamá me dijo...
—No,
se confundió, nos paramos acá, a mirar el paisaje, estábamos cansados. Acá yo
le pedí que se casara conmigo. ¾lo
dijo con tanta seguridad que Carlota le creyó.
Con cuidado,
extrajo de su bolso la pequeña urna y se la alcanzó a su hija.
—¿Rezamos
primero? —le preguntó ella.
Él
asintió. Dijeron una plegaria y arrojaron las cenizas al costado del camino. El
padre abrazó a la hija y ella se dejó consolar. Lloraron juntos: por los años
perdidos, por la madre perdida, por el
amor perdido y entonces él, sin una pizca de orgullo, se animó a rogar:
—No
te quedes en Rosario, vení a vivir conmigo, dame una oportunidad.
Carlota
lo miró como buscando algo en el fondo de sus ojos, algo que evidentemente
logró encontrar. Luego le devolvió el abrazo.
En
silencio emprendieron el regreso a la estación del funicular, el sol ya no
estaba tan abrasador, el camino era cuesta abajo, todo mejoraba.
Este cuento forma parte de la Antología "LUGARES"
jueves, 19 de octubre de 2017
2 ESTACIONES - SUPLEMENTO ESPECIAL DE EL NARRATORIO
PÁJAROS CANTAN
RENATE MÖRDER
Y
|
a es primavera, unos
pájaros atraviesan los barrotes de la reja y se posan en el alféizar. Maribel,
desde abajo, no los ve pero oye sus trinos, da saltitos intentando divisarlos,
sonríe, imaginando que van a hacer un nido. Se detiene bajo el ventanuco y algo
cae y golpea su cabeza. Ella observa el trozo de alambre puntiagudo y oxidado y
piensa. Es una cuestión de precisión y de suerte. Entonces la puerta se abre,
los pájaros amplifican su canto, él ingresa y los mira con ojos inyectados.
Maribel salta, le perfora la yugular, corre.
RENATE MÖRDER
L
|
a hoja se desprendió
del árbol y cayó a sus pies. La niña la recogió, sacó un bolígrafo y escribió
su nombre en ella. Le dio un beso de despedida y la dejó a merced del viento
que la arrastró más allá del muro. “La hoja es libre”, exclamó. Muchos
otoños y muchas hojas después, en aquel precioso otoño de 1989, la niña, ya
mujer, camina sin que nadie la detenga. Llega hasta la Columna de la Victoria y
recoge una hoja del suelo. Saca un bolígrafo y escribe su nombre, la suelta,
sonríe.
lunes, 20 de febrero de 2017
DESDEÑADA de Renate MÖRDER
#carnavalesdecuento
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