Una mañana nos mandaron a jugar a lo de la vecina, nunca lo hacían, así que nos figuramos que podía ser por algo relacionado con el medallón. Esperamos que la vecina se distrajera, saltamos la verja del jardín y a escondidas regresamos. Mamá cavaba un hueco en la tierra mientras la abuela la miraba. Al costado, apoyada sobre el pasto, estaba la caja tallada de madera con nuestro tesoro. Volvimos a saltar la verja, estábamos excitadas, esa noche teníamos que fingirnos dormidas y a las tres de la mañana salir en silencio e ir al jardín a desenterrarlo. Fue un día muy largo, el sentido común de alguna de nosotras amenazaba nuestro plan: “Si se entera mamá se va enojar” “Por algo lo enterraron” “¿Y si está maldito en serio?” Finalmente triunfaron los “Nos va a pasar nada” “Si estuviera maldito ya alguien se hubiera muerto y lo tenía la abuela y está bien”.
Los árboles del parque parecían gigantes siniestros bajo la luz de la luna. Tomadas de la mano fuimos por la pala que había quedado fuera del cuarto de las herramientas pero muy pronto descubrimos que era demasiado pesada como para que nosotras la pudiéramos usar. La tierra estaba húmeda y empezamos a cavar con las manos, cuando empezamos a embarrarnos supimos que era una pésima idea pero seguimos adelante. Después de un rato de sacar tierra y desalojar algunas lombrices, hormigas y gusanos la caja apareció, estaba cerrada con llave. Deliberamos un rato y finalmente la llevamos al otro lado del parque, donde no pudieran oírnos y comenzamos a golpear la cerradura con una piedra hasta que cedió, levantamos la tapa y nos quedamos extasiadas ante el medallón que parecía brillar como el sol bajo la luz de la luna. Empezamos a saltar y a festejar en voz baja. Mi hermana mayor se lo puso primera “Si no me pasa nada, se los dejo poner a ustedes”. Nada pasó, todas lo usamos, todas reímos. Jugamos piedra, papel o tijera para ver quién se lo llevaba y, como ganamos las menores, nos llevamos el medallón a nuestro cuarto, lo colgamos del respaldo de una de las camas y nos dormimos mirándolo.
Al día siguiente nos despertaron los gritos de la abuela. La ambulancia llegó rápido pero ya era tarde y no hubo nada que hacer. Tarde supimos que la maldición del medallón era llevarse al ser que más amaba quien lo luciera. Y el ser que más amábamos en el mundo era nuestra mamá.
#WORDVEMBER 18
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