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sábado, 18 de junio de 2016

LUCREZIA EN LA ISLA DEL NO RETORNO de Renate MÖRDER.

   Pietro sudaba copiosamente, tenía escalofríos y dolores de cabeza, sus ganglios estaban hinchados y sus heridas expelían humores malolientes, su piel era un muestrario de colores: azul, morado, violeta, negro. Lucrezia tapaba su nariz y su boca con un lienzo mientras sostenía una escupidera en la que su marido vertía esputos sanguinolentos. Afuera los soldados llevaban hacia los muelles carros repletos de cadáveres. Ellos dos se mantenían ocultos pero sabían que en cualquier momento alguien los denunciaría y los soldados irrumpirían en su casa para llevarlos a la isla de Poveglia, la isla de la que no se volvía jamás.
   En los momentos en que la fiebre le permitía expresarse con lucidez, Pietro le rogaba a Lucrezia que huyera, pero ella se negaba a abandonarlo. Un día los hombres de la máscara de pico golpearon la puerta, ella intentó explicarles que no estaba enferma, se apartó las ropas, les mostró su exquisita piel blanca, impoluta. Los hombres pájaro se quedaron viéndola dubitativos, como tentados de quitarse las pesadas ropas que los aislaban de la peste para obtener un poco de placer entre tanto dolor y podredumbre, pero alguien rompió el sortilegio: "No se dejen engañar, su carne está corrompida, la mujer está impura al igual que su marido". Los separaron, a Pietro lo cargaron en el carro de los moribundos, a ella la obligaron a caminar junto con otros infelices. Una mujer harapienta intentó quitarle el pañuelo con el que se protegía del olor que la rodeaba, Lucrezia luchó por él, pero la mujer era más fuerte. Un caballero muy bien vestido la socorrió.  Ella le agradeció con un movimiento de cabeza y luego, aferrada a su pañuelo, se concentró en el carro de adelante en el que, como un despojo, viajaba su amado Pietro. El caballero caminó en silencio a su lado y ella por alguna extraña razón se sintió protegida.
   Al llegar al muelle perdió el rastro de Pietro, la empujaron a una barcaza mugrienta. Instintivamente buscó al caballero, vio que lo conducían a una embarcación diferente. Cruzaron la laguna, sus naves viajaban muy cercanas. Nadie hablaba, sólo se oía el rumor del agua y los gemidos y lamentos de los enfermos. Lucrezia observó al extraño hasta que la niebla convirtió su barcaza en un bulto tan negro como los vómitos de la peste, pero a pesar de no verlo, sentía su presencia, lo percibía y hasta podía jurar que estaba ahí, velando por ella.
   Atracaron en Poveglia, la isla de los muertos. Nuevos hombres máscara de pico los esperaban y los arrancaban de los barcos. "¡Doctor!" -llamó alguien. "No hay doctores aquí -fue la respuesta- sólo somos sepultureros". Lucrezia bajó de la barca como impelida por una fuerza sobrenatural y pese a que vio a Pietro cerca del muelle en el piso junto a otros desdichados no pudo detenerse. Se internó en un bosque, vio como los hombres de pico arrojaban al fuego a los apestados, algunos muertos, otros todavía vivos. El hedor de las fogatas crematorias lo impregnaba todo, pero ella seguía andando, inmune al horror  como si un poderoso imán la atrajera. De pronto el extraño caballero salió a su encuentro, la ocultó entre los matorrales, le sonrió enigmático. Besó sus cabellos y, mientras le acariciaba el cuerpo como si ella le perteneciera, le susurró al oído: "Una mujer hermosa como tú merece la eternidad". Lucrezia lo miró confusa, la piel del caballero era muy blanca y brillaba bajo la luz de la luna, se sentía atrapada, fascinada por su encanto. Él clavó sus dientes en ella. Lucrezia sintió primero el dolor de su carne desgarrándose y luego un espasmo de placer, mientras él la sorbía como un vino caliente. El caballero la arrojó al suelo impregnado de la ceniza de los muertos y se le ofreció. Lucrezia lo bebió con furia y desesperación. Esa misma noche atraparon dos sepultureros, saborearon la sangre de sus cuerpos y se los arrojaron a las ratas. Disfrazados con sus máscaras de pico, regresaron de la isla al amanecer. Fue así como Lucrezia se salvó. Desde entonces, se alimenta de los turistas que llegan subyugados por el encanto de Venecia. Muchas veces cuando mira hacia la isla de Poveglia rememora lo bello que fue el amor que tuvo con Pietro y reza una oración por él. Otras, recuerda al caballero que torció su destino y le regaló la inmortalidad, a él no le fue tan bien como a ella: en el 1700 descubrieron lo que era y le clavaron una estaca en el corazón. Está enterrado en Poveglia, como lo indica el ritual, con un ladrillo encajado en la boca.

 

2 comentarios:

  1. Lucrezia es una sobreviviente, que no se ha dado por vencida. Merecía la inmortalidad por su personalidad y por su belleza. Y los sepultureros se lo merecían, por su crueldad y por haber desdeñado el placer con ella. Bien por ella y por el caballero. Más de algún turista debió sentirse afortunado, aunque le haya sido fatal el encuentro con Lucrezia.
    Me gustó el relato.
    Un abrazo.

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